Una generación agotada
- Alejandra Pintos Anelo
- 19 mar 2019
- 3 Min. de lectura
Me levantĆ© a las 7:30 de la maƱana, tenĆa una entrevista a las 9:00 en la otra punta de la ciudad, en Carrasco. Luego, a las 12 una reunión en Pocitos, de la que tenĆa que salir a las 13:10 para llegar a tiempo a otra, a las 14:00 al LATU āde nuevo en Carrascoā. En el medio tenĆa que pasar por casa a comer algo. RepasĆ© el itinerario y me abrumĆ© de tan solo pensar en la logĆstica de desplazamiento, sin tener en cuenta el esfuerzo mental que me implicarĆa estar presente en esas reuniones. Pero, a medida que fue progresando la maƱana, empecĆ© a sentir adrenalina, āasĆ se debe de sentir el Ć©xitoā, pensĆ© āsalvo la parte de ir en ómnibus de un lado al otroā. Le contĆ© a varias personas sobre mi dĆa de peripecias, aĆŗn sin poder creer que habĆa sobrevivido. Y, en el fondo, alardeando. Es que mi generación ve como algo deseable estar ocupado. Decir āestoy al paloā no solo es una excusa, sino tambiĆ©n una medalla de honor. Multitasking, freelancing y coliving, nombres cool para describir una vida en la que no hay tiempo para dedicarse a nada, ni lugar fĆsico que nos refugie. Multiempleos precarios, viviendas precarias. āEn general, descubrimos que una persona ocupada es percibida como de alto status, e interesantemente, estas atribuciones de status estĆ”n fuertemente influenciadas por nuestras creencias sobre movilidad social. En otras palabras, cuanto mĆ”s creemos en la meritocracia, mĆ”s tendemos a pensar que las personas que se saltean el ocio y trabajan todo el dĆa pertenecen a una clase superiorā, explican en este artĆculo de Harvard Business Review. Hace 100 aƱos -o 20- los ricos eran los poseedores del tiempo libre, porque se lo podĆan pagar. Pero hoy no, nos vendieron que triunfar era trabajar sin parar, incluso cuando alcanzaste la estabilidad económica que, seamos honestos, muy pocos alcanzaron. āNo pares cuando estĆ©s cansado, parĆ” cuando terminesā, rezaba un cartel en un cowork.
Performative workaholism, le llamaron en el New York Times. Algo asĆ como āadicción funcional al trabajoā. Esa es nuestra gran enfermedad (que deriva en una pobre salud mental).
Y si a pesar de todo eso logramos tener un pasatiempos, sentimos la necesidad de capitalizarlo. ĀæQuiĆ©n puede darse el lujo de rechazar el dinero extra? Los costos de vivir solo, por ejemplo, son casi prohibitivos en Montevideo y en la mayorĆa de las capitales del mundo (despuĆ©s se quejan de los que se quedan con los padres hasta los 30 aƱos). AdemĆ”s tenemos que viajar dos veces al aƱo, pagarnos cafĆ©s de 150 pesos, comer paltas, ir a yoga, cambiar de celular, pagar terapia para resolver los traumas que heredamos, comprar ropa nueva y transmitirlo en vivo por Instagram. Todo eso es plata y lo pagamos con nuestro tiempo.
Para muchos nosotros los millennials no queremos crecer. Pero no nos dejan. Nos pasamos generando plusvalĆa para otros āno se dejen engaƱar por āla fiebre emprendedoraā, son pocos los que pueden darse el lujo de invertir su tiempo y dinero en sĆ mismosā y llegamos agotados al final del dĆa o de la semana. Tener que ir a hacer las compras, limpiar el apartamento o hacer ejercicio resultan tareas titĆ”nicas. Estoy segura que no soy la Ćŗnica que ha preferido perder plata antes que hacer un trĆ”mite.
Esta relación tóxica que tenemos con el relax y con el tiempo que le dedicamos a nuestra propia vida nos lleva a tener hĆ”bitos pocos sanos como pasarnos todo un fin de semana encerrados viendo Netfilx y comiendo chatarra (en mis aƱos de estudiante-pasante-freelance-vivosola incluso no comĆa en todo el dĆa con tal de no moverme). O salimos y abusamos del alcohol, porque no queremos pensar en todo lo que tendrĆamos que estar haciendo. Eso no se disfruta, porque despuĆ©s de los excesos viene la culpa.
Hay una marca de ropa deportiva, Outdoor Voices, que creó el hashtag #DoingThings, lo que tal vez sea el zeitgeist de nuestra generación. Hacemos cosas, siempre estamos haciendo cosas.