Foto analógica de una obsesión que tuve por salir a caminar y retratar halls de edificios.
1. Levantarme temprano
Nunca fui una persona madrugadora, aunque tampoco nocturna. Básicamente, suelo tener sueño a toda hora. Hace unas semanas me venció el cansancio y me dormí a las 22:00 –dos horas antes de lo que acostumbro– y, al otro día, madrugué sin esfuerzo, naturalmente abrí los ojos al amanecer.
Me pude tomar las primeras horas del día con tranquilidad, hice café, leí, jugué con mis gatos (y no lo voy a negar, entré a TikTok). Voy a empezar a hacerlo más seguido.
2. Empezar el día leyendo
A veces me olvido de lo bien que se siente leer en general y dejo de hacerlo por un tiempo. Es que cuando llega la noche estoy agotada y necesito una actividad más pasiva, como ver una serie o película. Sin embargo, estoy adquiriendo el hábito de leer por la mañana y se siente muy bien. Para mí es casi como meditar.
3. Las duchas nocturnas y sábanas limpias
Es algo que no puedo hacer a diario (¿qué clase de psicópata de alto presupuesto puede cambiar las sábanas todas las noches), pero hermoso acostarse con ropa de cama recién cambiada. Y si es con una ducha previa, mejor.
4. Sacarme un pendiente engorroso de encima
No puedo creer que me llevó 28 años aprender que postergar lo importante solo me da culpa y me hace sentir mal. ¿Tenés que hacer algo engorroso o pesado? Hacelo cuanto antes.
5. Hacer mandados
En realidad los mandados son una excusa para caminar por Montevideo con buena música sonando en los auriculares. Extrañamente me gusta más recorrer las calles de la ciudad que salir por la Rambla o ir a un parque. Será porque estoy obsesionada con mirar para adentro de las casas.
6. Cocinar en lugar de pedir comida
A veces cocino algo y me queda tan delicioso que no puedo creer que lo hice yo misma. Pero no siempre lo hago. Cuando estoy en un mal momento solo como huevos revueltos, pan con palta o pido comida. Estoy escribiendo esto para recordarme a mí misma que es importante alimentar el cuerpo para sentirse bien.
7. Respirar
Si estoy abrumada me olvido de respirar. No es una exageración: mis inhalaciones se vuelven más espaciadas y cortas, me quedo sin aire. Cuando me doy cuenta de esto paro un minuto, me alejo de la computadora (me suele pasar en el trabajo) y hago un par de respiraciones profundas.
8. Hacer en lugar de pensar
Me paso todos los días imaginando, suponiendo, proyectando. Pero aprendí que lo que pasa en mi mente no es mi realidad, así que mi meta de ahora en más es hacer, crear, hablar, en lugar de vivir rumiando pensamientos. Por ejemplo, estuve una semana sintiéndome mal porque creía que una amiga estaba enojada conmigo en lugar de preguntarle y saldar el asunto.
9. Hablar por teléfono (ahora que no puedo ver a mis amigas)
Como buena millennial le escapo a las llamadas, pero descubrí que charlar por teléfono me hace sentir mucho mejor que estar en idas y vueltas de audios por chat. Igual extraño muchísimo ver a mis amigas.
10. Los videos de Harry Styles
Igual de eso nunca me olvido.
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